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viernes, 17 de septiembre de 2010

Idiotas

Un ligero toque de acelerador bastaba para que la aguja ascendiera vertiginosa el velocímetro de mi coche, buscando el límite al que nadie se atreve a llegar. Noté cómo sus ojos se clavaban en el marcador y una tensa mueca se apoderaba de su cálida expresión. Me gustaba verla así porque me hacía albergar la vana esperanza de que se abalanzara sobre mí pidiéndome que redujera la velocidad mientras apretaba fuerte mi brazo o algo así. Y eso sabiendo que eso no iba a suceder nunca, conociéndola como la conocía. La conocía tan bien que creía que no podría sorprenderme nunca más. Al menos, no durante aquel trayecto.

-Ey, ey, ey, no corras tanto. No sé tú, pero yo le tengo mucho aprecio a mi vida. Y espero que no esperes que te diga que sería apasionante que muriéramos los dos juntos porque eso, a estas alturas de la película, es más que imposible- me dijo con esa ironía tan suya mientras sus ojos, que tenían el color de la mermelada de ciruela, me miraban juguetones y esa mirada, tan particularmente suya, me desnudaba sólo de cintura para arriba para dejarme, como siempre había hecho, con las ganas de más.

Efectivamente, no esperaba que Luna me dijera nunca algo así. Además, si había algo que yo tuviese claro en estos momentos de incertidumbre, era que no quería a mi lado otra niña cursi que se me desnudara pensando en mi deportivo y me dijera constantemente lo mucho que me quería. Me giré ligeramente para sonreírla pero ella estaba absorta mirando por la ventanilla medio abierta mientras el viento movía los mechones que se escapaban de su imperfecto recogido. Era evidente que no tenía una pizca de miedo a la velocidad. Se había encendido un cigarrilllo y no pude evitar sentir celos del humo que calaba hondo en sus entrañas, sabiendo que una parte de él se quedaría para siempre a formar parte de ella. El deseo era muy profundo, pero estaba tan a flor de piel, que temí que ella dirigiera su siguiente mirada por debajo de mi cintura y notara que mi sexo se había endurecido con la sola idea de encontrarme a apenas unos centímetros de ella.

Estábamos en pleno mes de agosto y el calor era tan intenso que vestirse era un acto de valentía, más que de civismo. Luna se había puesto ese vestido blanco que tanto la favorecía y no creo que fuese una casualidad. A pesar de su palidez, el blanco le sentaba muy bien porque destacaba la finura de sus rasgos, perfilaba la perfección de rostro ovalado y contrastaba con esos mechones negros que siempre dejaba escapar de sus peinados imposibles. Si no hubiera estado enamorado de ella desde el instante mismo en que la conocí, es probable que no hubiera aguantado como lo había hecho tantos años de falsa amistad, de besos castos a escondidas y miradas que confesaban intenciones imposibles de articular con palabras, pero lo estuve y lo estaba aún tanto o más que el primer día.

- Tengo muchísimo calor - confesó con su voz de niña buena. Porque eso es lo que Luna era. Una niña buena que nunca tuvo la intención de hacer daño a nadie. Una mujer a la que daba gusto construirle con caricias y mimos una jaula de oro para que no tuviera nunca que poner en riesgo sus delicadas plumas. Sin embargo, yo había decidido hacer añicos su jaula y sacarla de ella para llevarla conmigo quién sabía adonde y no dejaba de arrepentirme a cada minuto, a cada kilómetro que recorríamos en aquella carretera alejada de todos los sitios conocidos del mundo, a pleno sol.

Pero valía tanto la pena ver como se abanicaba por el rabillo del ojo y escucharla tararear las canciones de la radio, que del arrepentimiento pasaba al deseo de detener el coche y apretarla contra mí y prometerle que todo va salir bien aunque supiera que ella no buscaba una promesa de futuro, sino una explicación del pasado. ¿Por qué no lo hacía? Ahora sí podía hacerlo. Podía estrujar su cuerpecillo contra el mío y quererla como ella se merecía y, por qué no decirlo, como yo merecía también, sin necesidad de decirle jamás que la quería, sin confesiones, sin proposiciones, sin compromisos más allá del de nuestros cuerpos ardiendo al rozarse, el de nuestro sudor confundiéndose en un solo goteo y el de nuestra piel, que dejaría de ser de cada uno para siempre.

Cuando comencé a reducir la velocidad, se giró para mirarme fijamente y el tirante de su vestido se deslizó por su brazo.

-¿Por qué te paras?- preguntó. -¿Tienes miedo?- Y entonces sí que bajó su mirada y la posó brevemente en mi abultada bragueta. Se mordió el labio inferior y creí que me moriría si no tiraba en ese preciso instante del freno de mano y acababa con aquella tensión que, de puro dilatada en el tiempo, se había convertido en una pesadilla.

Busqué con la mirada algún desvío donde parar con seguridad aunque sabía muy bien que por aquella carretera no pasaría nadie en horas. Luna rebuscaba entre los cds de la guantera y los revolvía risueña hasta que finalmente pareció encontrar lo que buscaba. Era como si no deseara que yo detuviera el coche sin haberme hecho escuchar algo antes. La conocía muy bien y creía que no podría sorprenderme nunca más. Creía que ella sólo quería huir y satisfacer mis ansias con un polvo que a mí me haría parcialmente feliz y a ella le daría el pase definitivo a la libertad. Sin embargo, Luna me sorprendió una vez más y he de confesar que hasta ahora, ha sido la última. Introdujo el cd con su mano izquierda mientras se subía el tirante de su vestido blanco con la derecha, proponiendo unos minutos de sobriedad. Seleccionó la pista del cd al tiempo que yo detenía el coche en la cuneta de aquel camino a ninguna parte. Me miró de tal manera que un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Me miró de la manera en que miran los reos justo antes de confesar un crimen y presionó la tecla que puso en marcha la canción.


9 comentarios:

Boris dijo...

cuanto tiempo sin leer uno de tus relatos, ya tenia ganas de volver ha hacerlo. me ha prestado leerlo tanto como siempre

Nieves LM dijo...

Me ha gustado muchísimo Laura. Se viven las escenas, el calor, esa carretera, ella mirando por la ventanilla... me ha encantado. Un beso.

Javi dijo...

Hola Laura,

Magnífico relato, hacía muchísimo tiempo que no leía un relato tuyo y la verdad es que me ha encantado, se siente un tremendo realismo al leerlo!

Abrazos!

Laura dijo...

Gracias guapetones y feliz semana. Parece que La chica de la trenza pelirroja arranca motores, pero le está costando, no creais. Poco a poco...

Un beso y feliz semana.

XINI dijo...

"Yo no jugaba para no perder,
tú hacias trampas para no ganar;
yo no rezaba para no creer,
tú no besabas para no soñar".

"Qué disparate de
partida de ajedrez
con un parte
adicta al jaque mate".

Pelirroja, cuesta, pero el resultado es merecedor de ese esfuerzo. Ya sabes que lo bueno no abunda y cuesta (dicho mio ya sabes, jejeje).

Un calentamiento de motores realmente bueno. Es un relato, para mi punto de vista, especial: palabras, escenas, momentos, gestos ... para finalizar con esta canción.

Besucos

Roberto dijo...

por dios compañera!!! me dejaste pegado a la pantalla buscando porqués...me ha encantado

me incendiaste!

un beso...gracias por tus comentarios
no dejes de venir! es tu casa

Laura dijo...

Xini, esto no es muy bueno, pero no cuesta nada, es totalmente gratis y está a tu disposición ;-) Felicidades por tus recién cumplidos años desde aquí.

Roberto, esta es tu casa también, ya lo sabes. No dejaré de ir a la tuya, pero discúlpame si mi regularidad no es la acostumbrada. El tiempo es un arma demasiado poderosa para que incautas como yo la manejemos con soltura.

Un beso a ambos.

Marcos dijo...

Aunque sea con retraso, me paso por este hueco de la red para leerte y saludarte...

Laura dijo...

Tú eres siempre bienvenido. Serán tus retrasos...

Beso