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viernes, 13 de marzo de 2009

Éxito


¿De qué depende el éxito de una persona de a pie? ¿Hasta qué punto el éxito personal, profesional, etc, tiene un origen fortuito o realmente es fruto del esfuerzo y la dedicación? Hace meses, alguien dejó este pensamiento en el buzón de mis sueños. Al día siguiente lo abrí y lo leí. Inmediatamente sentí empatía por el tipo que lo escribió. Hoy lo hago público para que ustedes lo lean y me cuenten lo que opinan.


Me llamo... ¿Qué importa cómo me llamo? Lo que quiero contarte no necesita llevar firma. Lo podría firmar cualquiera.

Hace tiempo conocí a alguien aparentemente vulgar. Era una chica muy joven, apenas una niña que despertaba a la vida. De ella poco se sabía hasta entonces. Quizá dos o tres pinceladas de ciertos problemas de sociabilidad en su etapa estudiantil, asociados a un brillante expediente académico y a unos cuantos kilos de más y poco más.

Años más tarde, la vida me hizo coincidir con la protagonista de esta historia nuevamente y trabar amistad de rebote con ella y hasta tomarle el cariño suficiente como para analizar su evolución y que su éxito llamara mi atención poderosamente.

Su vida había sido en los últimos años algo ajetreada. Fructíferos fueron sus años de universidad y no sólo en lo que a titulaciones se refiere. Su vida social había cambiado ostensiblemente desde que dejó de ser la niña buena a la que no le crecían las tetas. No había un día en el que no tuviera una llamada o mensaje invitándole a salir. No había días en la semana suficientes para tantas amistades, intentando mantener, la mismo tiempo, una relación con un chico que, para sorpresa de todos, se enamoró perdidamente de ella, aun siendo, como dijeron las malas lenguas, infinitamente más guapo que ella y pudiendo, por ello, elegir estar con quien él deseara.

Pero él le eligió a ella. Todos la elegían a ella. Todos la llamaban para quedar y decidir planes. Y sus amigos de la infancia, que se sentían tan desconcertados como abandonados, no veían con buenos ojos que les dedicara tanto tiempo a todos aquellos individuos que ellos consideraban pasajeros y faltos de interés.

Pero eso no importaba porque siempre la perdonaban. Una sonrisa de esta exitosa chica era suficiente para desvanecer cualquier atisbo de rencor u odio sobrevenido de la última mala actuación o el último desplante. Éxito, me decía yo porque todavía no conocía otra manera de definir tanta potra.

Hasta que una noche de junio, la que dicen que es más corta que ninguna, la noche en la que el sol del atardecer quema todo lo malo para que desaparezca, nuestra chica me confesó a solas que era muy desgraciada. No fue capaz de expresarlo con palabras pero sus ojos, enramados por la amargura de no ser comprendida y por el alcohol ingerido, me lo contaron todo. Se deshizo en mis brazos como el moribundo cuando está a punto de exhalar su última bocanada de aire y sin mediar palabra me confesó que me quería. Yo me quedé perplejo y, aunque algo en mí me decía que aquello era un secreto a voces, hay cosas que uno no acostumbra a escuchar por sencillas que parezcan. Es probable que ella no se acuerde porque estaba muy borracha. Es probable que lo que me dijo fuera una metáfora que expresara su agradecimiento por haber estado ahí tantos años, aguantando de ella lo peor. Lo que ella no sabe y no sabrá nunca porque el orgullo no me permite confesarlo es que con ella disfruté de lo mejor que ninguna persona en la vida me ha brindado. Ella era y es la única persona que me ha hecho sonreír todas y cada una de las veces que ha estado a mi lado. Todas, sin excepción.


Desde que esta historia invadió mis sueños, yo me pregunto dónde está la clave del éxito. Me pregunto si el éxito que percibimos en otros no es más que un espejismo que oculta su desgracia. Me pregunto si al sentirse rodeados de tantas personas, sienten esa soledad tan profunda que transmiten sus miradas. Me pregunto si, en realidad, basta con una sonrisa para ser feliz. Pero voy más allá. Me pregunto qué satisface más: recibir esa sonrisa o regalársela, como un compromiso, para siempre a alguien.
**Imagen de la que no he encontrado autor

16 comentarios:

gloria dijo...

Si tu propósito era hacernos pensar, lo has conseguido, Laura.
La historia me ha impactado (muy bien narrada, por cierto) porque es tan sencilla, tan real y a la vez tan peculiar que asusta.
Las preguntas que planteas no tienen una respuesta directa, ni sencilla, supongo que ésa es la razón de tu reflexión. Pero yo diría que el éxito es totalmente subjetivo. Una persona puede tener éxito para quien la observa pero no para ella y viceversa, no parecérselo a nadie (lo que no quiere decir que no exista) o que se lo parezca a todo el mundo. Pero claro, cada uno define el éxito de una forma, con lo que de entrada ya vamos mal para concretar...
En cuanto a la sonrisa, para mí mucho más importante, siempre he pensado que no hay mayor satisfacción que regalar una sonrisa, y creo que nunca deja de ser un compromiso ya sea de cortesía o amabilidad, de amistad, o de amor. Y digo que la satisfacción es regalarla más que recibirla (que también) porque todos necesitamos darnos, si no completamente, al menos, en parte.
Bueno, eso creo yo, creo que no me he explicado demasiado bien, pero espero que te sirva.
Me ha gustado mucho este post, Laura. Te felicito (y al protagonista de la historia).
Un beso.

K@ri.- dijo...

Lauri, que buen post, como dice gloria excelente narracion, tambien a mi me hiciste pensar...
es como el mito de los payasos, siempre sonriendo y cuando se despintan son los seres mas tristes. y si es muy relativo el tener exito...
y respecto a la sonrisa es regalarlo, siempre va a estar esa persona que lo necesite como al aire... son esas cosas tan simples del dia a dia que tanto cuesta ver.
lo simple de lo cotideano que puede rescatar a alguien del naufragio!
besos nena! y buen finde!

CarmenS dijo...

Depende de lo que consideres éxito. Yo considero que el tener muchas llamadas en el móvil, muchas citas, muchas ofertas para salir puede ser grato porque demuestra que tienes gente que se interesa por ti. Pero a ese éxito le ponemos el apellido "social", para distinguirlo del éxito personal.
Una persona puede ser muy popular y muy requerida socialmente y estar sola, estar frustrada porque no tiene con quien hablar, no tiene un trabajo que le guste, no ha cumplido sus sueños...¿cómo no va a sentirse desdichada?

iliamehoy dijo...

Todo es relativo...incluso el éxito.
me quedo con las sonrisa que abriga el corazón y alimenta el alma.
Otra sonrisa.

Anabel Rodríguez dijo...

Estoy con Cecilia, depende de lo que uno entienda por éxito, de aquella faceta de la vida en la que quiera tenerlo. Puede que el sueño, el espejo que tú empleas, te devuelva el reflejo que deseas encontrar. ¿Qué será el éxito? No lo sé.
Besos

Luis Cano Ruiz dijo...

Bonita reflexión que te robo y me la guardo -habrá noches en la que haya que reflexionar imperiosamente sobre algo, y eso es un buen comienzo-.

Gracias por compartir esta historia con nosotros.

Un saludo.

Dara dijo...

Hay éxitos de todos los tipos, merecidos, no merecidos, afortunados, luchados, tristes, alegres...

Es la vida, es la suerte, el destino. Llamémoslo como queramos. ¿Por qué alguien tiene éxito en un sitio y en otro no? ¿Por qué hay personas que se sienten infinitamente desgraciadas siendo exitosas? ¿Por qué tiene éxito gente que nunca ha luchado por ello?

Lo que realmente importa es ser uno mismo, y si se llega a alcanzar el éxito, tener cuidado con él, porque es un amigo que nos puede traicionar a la mínima de cambio.


un miau, Laurabonita.

Marcelo dijo...

Para mí, el éxito de estos tiempos, es siempre fugaz. Ese es el que debemos evitar.
Un beso

Anónimo dijo...

El éxito, a mi modo de ver, es fruto del esfuerzo y dedicación, pero también de suerte: estar en el sitio adecuado en el momento oportuno; saber ver la ocasión y aprovecharla. De todas formas, el éxito que más valoro es el personal. Querer y que te quieran. Eso es tener éxito en la vida; lo demás........ ¿de qué sirve si no hay con quien compartirlo?.
Un beso, Laura.

Anónimo dijo...

Para mí el éxito no existe, en el sentido de que no hay nada eterno bajo el sol y todo es efímero. Así que a todo buen momento le siguen otros malos y la rueda nunca deja de girar. Tal y como yo lo veo, es mejor no aferrarse mucho a cosas pasajeras y disfrutar cada día de lo que se vaya consiguiendo, pero teniendo claro que lo perderemos en el futuro. Es nuestro triste destino. Últimamente, mi optimismo es que se ha quedado escondido en el baúl de los recuerdos. Un abrazo fuerte y feliz semana.

begoyrafa dijo...

Qué difícil es calibrar el éxito. Sobre todo porque muchas veces lo asociamos a la fama o al reconocimiento. Creo que es un termino cualitativo al que se le suele valorar de modo cuantitativo.
Un abrazo
Rafa

Álvaro Dorian Gray dijo...

El relato nos hace pensar, muy bueno. Pero, ¿qué es el éxito? Mucha gente piensa que es amasar dinero, tierras y casas, para otra (este es micaso) es tomarme una cerveza rodeado de amigos y de la familia. Que difícil es saber qué es el éxito.
saludos y salud

Marcos dijo...

Yo creo que cada uno determina que es para el-ella el éxito y creo-espero que el éxito sea resultado de esfuerzo y dedicación...

Carolina dijo...

Llegar a este blog me pareciò un regalo
seguir leyéndo una aventura

me encanta y volveré cuantas veces me sea posible.

Abrazos desde Chile

Anónimo dijo...

"Muchos amigos míos, e incluso personas con las que no tengo amistad, y muchos que son conocidos, y otros que ni siquiera conozco, están muy preocupados por el éxito, por el propio y por el ajeno, por diferentes motivos. Yo les recomendaría sosiego, a todos: el éxito no sirve para nada. Es más, no es nada. Juan Benet lo decía en un título magnífico: "Nunca llegarás a nada". Nunca. Es una escalada, y siempre que creas haber ascendido notarás que tienes que bajar otra vez, la vida te hace bajar. El éxito es una salida, pero luego hay otra puerta, y otra, como en los laberintos de Jorge Luis Borges, o como en las novelas de Henry James, o como en Los Premios de Cortázar, o como en Rayuela, también. O como en Los otros de Amenábar, que tanto tiene que ver con Henry James. El éxito es un arma que es también un bumerán. Cuidado. Henry Miller dice en un texto que escribió a los ochenta años, precisamente sobre lo que sucede cuando llegas a esos años: "Lo que importa son las cosas pequeñas, no la fama ni el éxito ni el dinero. La cima es muy estrecha, pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni se molestan. Ni por un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, da las gracias por ser del montón". Lo malo del montón es que muchos de los que están en esa tropa creen --o creemos-- que forman (o formamos) parte de delante de la tropa. Llegar es una ilusión, porque cuando se llega ya no sabes que has llegado. La humildad es algo que debe guardarse como se guardan el postre los niños: es lo más sabroso del festín de la vida, porque te permite la tranquilidad que te da no compararte con el que va delante, o detrás. Nunca llegarás a nada. Si partes de esa premisa es posible que avances un poco, pero tan solo un poco, hacia cierta sabiduría. La sabiduría de la lentitud. Quien lo probó lo sabe, que diría Lope".

Me he tomado la libertad, por si nos aclara un poco el tema del éxito, de pegar aquí un post del periodista Juan Cruz, escrito en su blog de "El Pais" el pasado día 10 de este mes.
Un abrazo.

jusore dijo...

No suelo sonreír, pero cuando lo siento, regalo mi sonrisa y siento lo bueno que hay en mí, renazco por dentro, creo en lo maravilloso de regalar honestos y buenos sentimientos.

Las sonrisas de amistades y parejas siempre han desaparecido de mi vida y las he sentido cobardes e indecisas aún en la culminación de la experiencia, sus corazones han seguido su camino y quedaron reminiscencias en sus memorias y en la mía.
Triste es decirlo, pero la única sonrisa que me hace sentirme querido y siempre lo ha hecho ha sido la de mi madre, con sus virtudes y defectos. Ella conoce cómo late mi corazón y desea que encuentre la felicidad, o al menos luche por dar con ella.

Por ello lloro de vez en cuando y rocío la amargura del hastío en soledad, con la almohada, sabanas aterciopeladas, música desgarrada y otras cuantas relajantes, porque pocas cosas alivian a esta mente inagotable.