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viernes, 9 de octubre de 2009

El vendedor de granizados (II)

Cada día de feria, Alba volvió al puesto a disfrutar de un delicioso granizado. Se aficionó tanto al refresco como a Raúl, que siempre tenía alguna historia interesante que contarla. Qué curioso, pensaba ella. No es muy mayor, pero parece haber vivido tanto...
Las horas pasaban deprisa entre granizados y charlas. Alba se sentaba junto a Raúl e incluso le ayudaba a servir cuando la fila se hacía larga. Parecía haber nacido tanto para degustarlos, como para dispensarlos.

¿Y tú, tienes familia? Arriesgó Raúl en una ocasión. Nunca hablas de tus padres y yo ya te he contado toda la historia de mi familia.

Claro que sí, respondió ella risueña. Vivo con mi madre. Las dos solas. No tengo padre... Bueno, sí lo tengo. Mi madre dice que es un poeta que viaja por todo el mundo ofreciendo su poesía. O sea, un vivalavida que la dejó preñada con diecisiete años y no se quiso hacer cargo. O eso, o que era muy pobre y mi abuelo le largó por no ser suficiente para su hijita.

Raúl no pudo por menos que soltar una carcajada. La ironía de Alba le resultaba cercana, recordándole incluso a su propia forma de denunciar aquello que no le gustaba y le hacía reír, al tiempo que le ayudaba a disimular un sollozo de angustia contenida. Sin embargo, Raúl pensaba que la sinceridad de Alba era, sin duda, heredada de su madre. Pero, ¡qué demonios!, pensaba él.¿Cómo podía estar seguro al cien por cien de que era ella?


Y, ¿tú madre no viene por la feria nunca o qué?

¿Mi madre? Jamás. Dice que no le gustan estos sitios con tanta gente y tanto ruido. Pero a mí sí me gusta. Me encanta. Me traía siempre mi abuela y me decía que si me sentía tan bien aquí era porque de alguna manera, pertenecía a todo esto ¡Y mírame, aquí con un amigo feriante que podía ser mi padre, jeje!

El sarcasmo de Alba había llegado demasiado lejos y casi hizo derrumbarse a Raúl. Sin embargo supo detener su confesión pensando en el beneficio de la joven, aunque staba más convencido que nunca de que era ella.

Cada nuevo día, era un día de felicidad para el feriante, pero hacía acercarse el final del periodo de estancia en la ciudad y agotaba sus oportunidades de volver a ver al amor de su vida. Él tampoco se casó nunca. Vivió cada día enamorado de aquella chica de mirada sincera que le escribió una carta cinco años después de aquel verano fatídico para enviarle una foto en cuyo reverso rezaba:

Se llama Alba y es tu hija. Es tuya. Sólo puede ser tuya. La he tenido a pesar de los impedimentos de mi padre, de las palizas, de los insultos. La voy a criar sola y la sacaré adelante por los dos. No vuelvas más por esta ciudad. Te encontrará y te matará. Cuídate.

Mientras desmontaba su puesto, Raúl tenía la certeza de estar haciendo lo correcto y la pena de no querer hacerlo así. Por la tarde, Alba corrió al puesto de Raúl para tomar su ración de granizado, pero el puesto ya no estaba allí. Algunos feriantes habían empezado a desmontar ya sus puestos pero no creyó que él se fuera sin despedirse. Se habían hecho buenos amigos en esos días. La muchacha del puesto de al lado, la llamó por su nombre. Alba se giró sorprendida. Tenía algo que darle de parte de Raúl, dos sobres, concretamente; uno a su nombre y otro a nombre de su madre. ¿Cómo lo sabe? se preguntó. ¿Se lo dije yo? Sin cuestionárselo más, abrió el suyo. La sencillez y el candor de Raúl durante aquellos días no hubieran bastado para que se fiara de él si no fuera porque existía algo mucho más profundo que emanaba de él y que se había colado en su corazón sin apenas darse cuenta. El sobre con su nombre contenía la receta del granizado según la tradición de su familia. Le hizo gracia sentirse heredera de la misma y pensó que tal vez ella le recordaba a aquella hija que él decía que tuvo, pero de la que nunca puedo hacerse cargo.

Cuando llegó a casa le dió a su madre el sobre que le correspondía y, sin contarle nada más (porque le parecía ridículo explicárselo) le dijo que lo leyera. Se trataba de un poema tan bonito como los que le dedicó antaño.
¿De dónde has sacado esto? le increpó entre lágrimas. ¿De dónde lo has sacado?

Alba le explicó lo de Raúl, lo del puesto, lo de su amistad con él. Su madre enjugó las lágrimas y tomó aire para preguntar a su hija qué le había entregado a ella. Cuando ésta le respondió, no pudo por menos que sonreír y abrazarla mientras le decía con voz calma: pues será que hemos tenido suerte en la feria de este año.

10 comentarios:

Miriam dijo...

Pués lo has resuelto de maravillas!!
La familia... madre mía!! cuanto daño puede hacer a veces...
Tres almas que disfrutarían tanto estar juntas, se separan nuevamente por la familia...
A veces parece de cuentos, pero pasa tantas veces...
Besos linda!

Anónimo dijo...

Importante: Buscar microchip-666 y plan de exterminio mundial.

Boris dijo...

me ha encantado el desenlace de esta historia.los dos capítulos estuvieron muy bien

Dara dijo...

Ohh... ¿Y nunca más volvió a servirle un granizado?



miau
con
sueñito

Anónimo dijo...

:o, me ha encantado la historia!!! ya de paso me gustaria que conocieras mi blog y si quieres podriamos intercambiar enlaces.

www.heladodemusica.blogspot.com

Muchos besos ;-)

Anabel Rodríguez dijo...

Dramón, dramón, que has resuelto estupendamente. Besos gordos.

Heloise dijo...

También hubiera sido bonito que, después de tantos años, se hubieran reencontrado y disfrutado juntos de y con su hija. ¡Soy una sentimental!
Muchos besos y mi cariño.

Marcos dijo...

Un final no del todo previsible, no???...

Laura dijo...

Si tú lo dices...

Luis Cano Ruiz dijo...

Como odio no tener tanto tiempo para leerte.

Y para disfrutar tus historias y consejos, que siempre hacen pensar -como sólo lo hacen las grandes obras-.

Cuñídate mucho Laura, espero poder volver pronto por este mundo.