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martes, 8 de junio de 2010

Ojitos, tristes ojitos



Deva era una de esas chicas que siempre tenía los ojos tristes. Desde niña, cuando escuchaba llegar muy tarde a su madre del trabajo y se hacía la dormida para que no se preocupara. Debajo de ese manto de pestañas y de la fina piel de sus párpados, se escondía la mirada más triste del mundo.
En el colegio, se despistaba y viajaba a través del tiempo y del espacio entre mates y naturales, pero siempre con esa mirada cansada y ojeriza, que hacía que los maestros se apiadaran de ella y no la riñeran nunca. Nunca nadie la chilló, la zarandeó, la pegó ni la insultó, pero siempre se compadecían de ella y de esa pena que exhalaban sus ojitos.

De mayor, sus ojos seguían mirando al infinito en el autobús, en el supermercado, en la oficina. Siempre absorta en un mundo que todos decían que era el mundo de la pena, de la nostalgia, de la soledad.

Así que Deva se convirtió en una mujer de ojos tristes, de mirada taciturna y de vida solitaria. Todos la querían, pero nadie nunca se lo dijo. La respetaban y la trataban bien. Se relacionaban con ella en la justa medida. Charo, su vecina de enfrente, que era ya una anciana, llamaba a su timbre cuando necesitaba sal porque si algo caracterizaba a Deva, era su generosidad. Sus compañeros de trabajo acudían a ella para resolver cualquier situación complicada porque Deva era lista y resolutiva. Sus amigos, los pocos que conservaba de la facultad, la llamaban para contarle que se casaban o que se separaban, porque, sin lugar a dudas, la mejor virtud de Deva era su capacidad de escuchar y aconsejar siempre desde la sensatez.

Cada noche, Deva seguía el mismo ritual. Se lavaba los dientes y la cara, cepillaba su pelo, agarraba a su gato Pancho y se lo llevaba con ella a la cama. Lo acariciaba un rato, notando como el felino se relajaba hasta quedarse dormido. Lo posaba con mimo a su lado y leía hasta caer dormida.
Cada mañana leía el periódico y el correo electrónico mientras tomaba un café, se lavaba los dientes y la cara, cepillaba su pelo, se despedía de Pancho y salía a la calle, a la misma hora a la que Charo paseaba a su perro por el jardín de la finca. Pero aquella mañana, Charo no había salido y no contestó al timbre cuando llamó a su puerta. Tampoco lo hizo por la noche, ni a la mañana siguiente. Por la tarde al regresar de trabajar, Deva vio que alguien entraba en casa de Charo y se dirigió a preguntar. Era un tipo alto y apuesto de unos veintitantos. Llevaba un traje oscuro y corbata. Parecía triste. Charo había fallecido, le dijo. Era su nieto y venía a abrir la casa y organizar las cosas de su abuela para llevárselas o tirarlas. Deva le dijo que lo sentía y era cierto. Le ofreció su ayuda y él la aceptó. El piso de Charo era una maravilla. Estaba lleno de fotos de ella con mil personas, con su difunto marido, Antonio, con sus hijos y nietos, con sus amigas. En todas ellas salía sonriendo e irradiando felicidad. Durante todo el fin de semana, Daniel, -que así se llamaba el nieto de Charo- y Deva limpiaron y guardaron los recuerdos de una larga vida. La ropa estaba limpia y bien doblada en los cajones y armarios y la casa apenas había acumulado polvo en ausencia de su dueña.

El domingo por la noche ya lo tenían casi todo listo y Daniel abrió una botella de vino para invitar a su amable ayudante. Entre copa y copa Deva sugirió que Charo debió de ser muy feliz en su vida y Daniel le preguntó a Deva si ella lo era. Deva no supo qué contestar. Era la primera vez que le hacían esa pregunta.
-¿Por qué lo dices?, quiso saber. Es por mis ojos, ¿verdad? Todo el mundo dice que son tristes. Daniel le dijo que a él le parecían los ojos más hermosos que jamás había visto y que detrás de las miradas más tristes, se escondían los corazones más puros.
-Mi abuela te quería mucho- aseguró. Todo el mundo debe de quererte tanto, Deva...

Aquella noche, Deva no se lavó la cara, ni los dientes. Tampoco cepilló su pelo, ni acarició a su gato. Se acostó medio mareada y deseo con todas sus fuerzas que la limpieza en el piso de Charo no concluyera nunca. Y puede que así fuera porque detrás de las miradas más tristes se esconden los corazones más puros y después de los días más inciertos, llegan siempre los grandes momentos.


13 comentarios:

Miriam dijo...

Que historia mas bonita!! y a mi como siempre se me ocurren los finales felices... aunque no creo ya mucho en ellos pero mi niña, la que llevo dentro sigue queriéndome hacer creer que existen.
Besos

Allie dijo...

Me ha gustado mucho tu post de hoy...precioso!! :)

Me quedo con todo pero sobre todo con: "..detrás de las miradas más tristes se esconden los corazones más puros y después de los días más inciertos, llegan siempre los grandes momentos"

Besos.

Laura dijo...

Esta vez las chicas han estado madrugadoras, ¿eh?

Miriam, ¿la niña que llevas dentro? Esa es una gran noticia y es un comienzo feliz, que es mucho mejor que un final feliz. Enhorabuena.

Allie, hay que mirar a través de los ojos y ver lo que ofrecen. También hay que saber enfrentar las situaciones difíciles y ver que algo mejor está por llegar. Es complicado, pero hay que intentarlo.

Besos para ambas por muy diversas razones.

Dara dijo...

Yo invitaría a Deva a café. Y le pediría que me contara cosas, lo primero que se le ocurriera.



mimo

Luis Cano Ruiz dijo...

Como siempre, historias perfectas en momentos que sempre son buenos, como cualquier otro.

He de decir que, en los muchos veranos en Santander, Deva siempre ha sido un nombre que me ha encantado. Creo que tiene algo especial en esa tierra.

Cuídate Laura.

Boris dijo...

muy bonito relato,me ha gustado mucho. creo que podrias hacer una segunda parte y seguir contando que paso con Deva

Marcos dijo...

Bonito relato como siempre, porque me gusta como cuentas las cosas y las historias que escribes. Siento no escribir algo más original, pero en estos días ando un poco espeso, ya sabes...

Laura dijo...

¡Gracias chicos!

Marquitos, no te excuses. Ejem, ejem.

Marcelo dijo...

Es tan maravilloso este relato, tan sencillo y melancólico como los ojos de Deva, que venía a decirte algo que ya olvidé porque no tiene importancia.
Un beso!

Laura dijo...

Marcelo, venías a decirme cómo ver el audio de tu post, seguro ;-)

MucipA dijo...

Hola, Laura!
Un personaje interesante el de Deva. He dsifrutado mucho este relato, al principio con ojos tristes y, al final, con una sonrisa en la boca.

Laura dijo...

¡Me alegro, Mucipa!

Gracias.

Roberto dijo...

de alguna chica de ojos tristes me he enamorado...si!

besos Laura...muchos!